ISABEL TERESA LEON GASIA
Nació esta ejemplar educadora el 10 de Diciembre de 1890 en Montalbán, Estado Carabobo; hija de Francisco León y Maria Teotiste Gasia de León. Tuvo cinco hermanos, Rosa Teotiste quien se caso con el poeta y periodista Pedro Lizardo; Maria de Lourdes quien contrae nupcias con José Agustin Sola; Francisco, casado con Emma Ferrer y Pastor y Ana Gregoria quienes murieron muy jóvenes. Desde pequeña fue estudiosa, ordenada e inclinada a ensenar a otros; realizo sus estudios equivalentes a la educación Primaria en la Escuela que dirigía la Srta. Isabel Maria Ortega en Montalbán. Quedo huérfana de padre siendo todavía una niña de pocos anos y su madre murió cuando Isabel Teresa ya era una agraciada y virtuosa joven, llena de sueños e ilusiones, uno de esos sueños era el de estudiar piano, pero su situación económica y las limitaciones que en esa época existían en el pueblo para ese tipo de actividades le impidieron lograrlo, pero su inclinación por la música le motivaron a aprender, mas tarde, a tocar la bandolina y la guitarra, además participaba en los coros de la Iglesia.
Inicio su labor como maestra en Flor Amarillo como preceptora de una Escuela Federal Unitaria, allí vivió alrededor de dos años en compañía de su tía materna-, quien fue para ella como una madre, Dona Felipa García de Landaeta; fue trasladada a Bejuma como Preceptora de la Escuela Unitaria Federal con sueldo de Bs 90 mensual, cargo que ejerció durante 20 años, en 1936 paso por orden del Ministerio de Educación, a formar parte del personal de la Escuela Federal Juan José de Escalona, en la misma ciudad, cuya directora era la Srta. Teresita Perego y donde impartió clases hasta el año 1946 cuando fue jubilada con una pensión mensual de Bs 205, después de 32 años ininterrumpidos de servicio, ‘ Su deseo de superación le mantuvo en un constante estudiar, realizo varios cursos de Mejoramiento Profesional tanto en Caracas como en Valencia y aunque no logro obtener el Titulo de Normalista, su preparación, su consagración a la docencia y su vocación de maestra a toda prueba, le hicieron merecedora de reconocimientos, entre otros uno del Club de Leones de Bejuma y otro de la Federación de Maestros.
Después de jubilada continua enseñando en la Escuela Parroquial San Rafael de Bejuma durante varios años y también en su casa, ensenando a leer y escribir a los hijos de sus ex alumnos; además fue maestra Catequista desde que se dedico a la enseñanza.
Fue una mujer virtuosa y ejemplar, muy recta en su proceder, su vida sencilla, su prudencia y su generosidad le hicieron acreedora del respeto, cariño y admiración de sus alumnos, amigos y de todo aquel que tuvo la dicha de conocerla. Murió en Valencia el 30 de Enero de 1973, rodeada del afecto de su hermana Maria de Lourdes, de sus ex alumnos que todavía la recuerdan cariñosamente. Sus restos reposan en el Cementerio Municipal de Valencia.
La Maestra
El pueblo era la calle real, ancha y soledosa en los largos y polvosos mediodías. Toda la vida giraba en torno a la calle y al rio. A la plaza y la iglesia. De los montes cercanos, bajaban los campesinos, por pascua florida o en los días coloridos y azarientos del santo patrono, el arcángel tutelar de mirada franca y pez al hombro.
El pueblo era, también, el miedo y la esperanza, en las horas dramáticas de la barbarie. Y también las noches, mágicas y lentas, iluminadas por las serenatas. Los días pasaban. Y los meses y los anos. Cambiaban las estaciones y nacían y morían los seres. El mundo seguía su marcha pautada por el tiempo y el espacio. Pero la escuela permanecía intacta bajo la tierna tutela de la maestra. Su voz, pequeña y redonda, musical y estimulante, tenía también la pulcritud de su escritura limpia y sosegada, firme y gallarda. Era su vida misma, recta, transparente, angélica. Todos cuantos la conocieron pueden dar fe de ello. Los padres de sus discípulos. Los discípulos mismos. Porque no solo ensenaba buenas y perdurables letras, sino, también, buenos modales. Su escuela era una escuela para la vida y para esa pequeña y dulce sabiduría de los primeros grados. Cátedra de cielo abierto y de día de sol. De primavera constante.
Toda su vida, ejemplar humilde la dedico a la enseñanza. A la pedagogía difícil y menesterosa de la provincia remota, perdida en el olvido y la distancia. Al ejercicio didáctico diario, fatigante y fatigoso, donde su palabra magisterial era firme, comunicativa, severa y cordial a un tiempo mismo. Adolescente casi, asumió su responsabilidad. Se hizo cargo de su salón de clase, de la escuelita semi-rural donde apenas cabían las mesas y los muchachos, las teorías pedagógicas y las instrucciones del señor ministro.. Y allí, año tras año, fue moldeando caracteres, madurando junto con el pueblo, haciéndose mujer y maestra, ampliando sus conocimientos, ejerciendo su rico magisterio interior, dialogando con los fantasmas de una Venezuela dormida y expectante, fantaseando amorosamente con su tierra.
Era hermosa verla cada año abrir la puerta del plantel y comenzar su clase inaugural. Fresca, optimista, radiante, comenzaba a pasar lista de sus alumnos. El pueblo todo volvía a sus manos. Para ella solo había un tiempo de conjugar, el de la enseñanza. No tuvo posibilidad de manejar otro tiempo bíblico, vivió en soledad pedagógica.
Tenía una bella voz y cantaba con dulzura las canciones de su tierra, en las largas noches de verano a la luz de lámpara de kerosén, leía para sí para y para los suyos las viejas y sabrosas novelas de su época. Y preparaba con responsable delectación sus clases. Fue maestra en lo más alto, noble, sencillo y conmovedor sentido de la palabra. Dedico más de cincuenta años al magisterio, con humildad rayana en el estoicismo, ganaba apenas para mantenerse. Pero cambiaron los tiempos y los sistemas y se puso al día, pasaron ministros e inspectores, las condecoraciones brillaron en otras gentes, nunca le dieron una medalla a penas si le aumentaron el sueldo en una o dos ocasiones. Cuando la jubilaron con pensión irrisoria casi nadie lo lamento pero ella siguió siendo la maestra hasta el fin de sus días.
Se llamaba Isabel Teresa León Gasia, y fue sin lugar a dudas fue una mujer de su tiempo y de su estirpe.
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